El odio, el odio manda. El
odio y los números dirigen sus pasos, aunque esta vez se ha jurado que será la
última. Por supuesto un psiquiatra (si lo tuviera) no aprobaría lo que va a
hacer. Nadie lo aprobaría. Se desliza entre las puertas, camina flotando por el
pasillo, escuchando las voces y las risas en la cocina y, al ver el salón
desierto, aprovecha para subir el volumen del televisor. Será la última. Nadie escuchará nada. Nadie debe saberlo. Nadie lo
entendería. ¿O quizás sí? Quizás alguien también gobernado por los números, y por
el odio. Se odia, y sobre todo… la odia. Por eso, al encerrarse en el baño,
al contemplarla, su palma se estrella contra el espejo. Contra su propio reflejo.
¡¿Por qué coño eres así?! Al fin levanta
la tapa, se inclina, y los dedos penetran violentamente en la garganta
dolorida. Primero saliva, y luego cae la bilis mezclada con restos de galleta de
chocolate. Y también una lágrima. Será la
última, se jura de nuevo.
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