Martínez

 

      Es un día normal de empresa. El león acumula hoy demasiada energía. Pasea, desbordante, por el interior de su despacho, móvil en mano. Los beneficios este mes no van mal, pero podrían estar ya superando por mucho a la competencia. Don J.M. Martorell Sainz-de las Heras es un hombre competitivo, amante de los documentales de naturaleza, que hoy venía con un 100% de energía laboral y aún así se ha tomado un café cargado. Vamos, que si fuera una locomotora de las antiguas, ahora mismo estaría silbando vapor.

El león sale de la guarida, y contempla su territorio. Todos los cuellos se agazapan sobre sus teclados. Todos, menos uno. El león va hacia él (efectivamente, como preveía, pertenece a Martínez) y se coloca, cauteloso, detrás suyo:

-          Martínez, querido amigo… -comienza su frase.

El administrativo P. Martínez, 49 años, despistado por naturaleza, miraba al techo en ese instante. Hoy ha dormido medio mal. Las lumbares. Susana sacó ayer un cinco pelao en mate, y eso que se sabe las tablas de pé a pá, y… ¡Ostras, el jefe!

-          … Mire –continúa el león-, la empresa necesita al equipo entero al doscientos por cien, ¿me comprende? –pausa intencionada, para observar como el empleado va haciéndose pequeñito- Hagamos una cosa: le voy a dar cuatro días de permiso. Pero por favor… póngase las pilas.

La última frase equivaldría a una jabalina trazando un arco perfecto sobre el cielo del estadio y clavándose, erecta, vertical, sobre el césped. Hay veces que pasa eso: los atletas no la lanzan muy fuerte, pero les sale una curva perfecta y la jabalina, al caer… zas, se clava en la hierba hasta el corvejón. Que dirás, si eso da igual, si lo importante es el record de longitud. Pero mira, ahí tienes la jabalina en mitad de la pantalla, insertada en la hierba. Y en la sien de Martínez. “Póngase las pilas”.

Tras marcharse el jefe, ha venido un compañero (el mejor, el que le dice las cosas por su bien, sin pensar en nada más), y le ha dicho esto: “Ve y disfruta de tus cuatro días, y no le hagas mucho caso a ese sátrapa. En una semana se le ha olvidado”. Sin embargo, la puñetera jabalina ya se había quedado ahí, en pause, en mitad de la tele.

Luego, a las tres, paseo hacia casa, cabizbajo, tratando de ver lo positivo, lo de los cuatro días libres; subir al séptimo; contárselo a la Puri…

-          Pues mira, Pedro, cariño, ¿sabes lo que te digo? –ha dicho Purificación Pérez, celadora- Que justo yo tengo libre estos cuatro días. Podríamos aprovechar para largarnos al piso de tu primo, el de Salou. Hacemos la maleta rápido y nos vamos, y…

Aquí es donde Martínez deja de elucubrar sobre en qué podría aprovechar el permiso: Clof (golpe de martillo), adjudicado a la señora que está hablando sin parar:

-          … Y llevamos a Susanita a Port Aventura. Y nos relajamos un poco, jolines, al sol, que mira qué blanca estoy. Y tú aprovechas para practicar tus dotes culinarias y te encargas de las comidas y las cenas. Y mira, ya de paso –aquí Puri usa un susurro extraño con infructuosas intenciones picantonas-… pues tú… y yo… pues eso, retomamos un poco nuestra vida sexual, que la tenemos olvidada, jolines.

Jolines, es lo único que acierta a integrar Martínez en su disco duro. Jolines.

Recapitulemos: Salou, setecientos kilómetros. Por fortuna el Seat Córdoba todavía aguanta. Port Aventura, cocinar y sexo con Puri, esas son las consignas para el puente. Todo eso le apetece bastante/lo acepta con agrado/no le queda otra. Sin embargo, hay algo aún clavado hasta el corvejón en la cabeza del administrativo: la frasecita. Y por eso, justo en la primera mañana de sus mini vacaciones, cuando su mujer y su hija se marchan para coger sitio en la playa, él se baja al chino. Para comprar un paquete de pilas AAA.

Saca una, se levanta la camisa blanca, y… pues eso, que no entra. Las venas, que a lo mejor tendrían que dilatar un poco más.

-          Voy a correr un rato por la orilla –le dice a Puri, que ya tiene los hombros rojos. Ella estupefacta, claro, cree que es una alucinación. Pero no.

Después, tras seis minutos y medio:

-          Voy a ducharme al piso, enseguida vuelvo.

-          ¿Por qué no te bañas, mejor?

-          No me he bajado bañador.

-          Ah, vale, hasta luego.

Y otra vez, saca la pila AAA, CEGASA, 1,25 euros. Ahora es cierto que las venas se han inflamado un poco -fíjate qué curioso, esto del ejercicio- pero nada, que sigue sin ir la cosa. Lo intenta, aprieta a todo lo que la piel da de sí. Se muerde el labio inferior, e incluso casi se le escapa un pedo del esfuerzo. Pero que no, que nada, Pedro, que igual lo de darle literalidad a la frase no alberga posibilidades de éxito. Venga, va, voy a ponerme el bañador, que parezco gilipollas.

Sin embargo, a veces pasan cosas por puro azar. E… igual que hay veces que se te aparece un ovni, o la Virgen, y te cambia la vida, pues a Martínez se le apareció un cúter. Ahí, sin avisar, en mitad del mueble de su primo. De esos cúteres escolares, con el mango naranja.

-          Una cruz, hay que hacerse una cruz, ánimo –se dijo en voz alta, mordiéndose en esta ocasión la lengua, cuello en tensión, respiración contenida, carrillos hinchados, pedo escapándose, absolutamente libre, de su cárcel de piel-, ya lo tienes, venga.

Escisión perfecta. Una cruz de experto cirujano, salvando las arterias principales del brazo, más que nada para preservar la vida. Después, introducir el polo positivo (no hay nada escrito sobre cómo colocar una pila dentro de la carne, pero llegado el caso todo el mundo lo tendría claro: primero el polo positivo). Luego empujar, apretar, tratando de relajar un poco el antebrazo receptor. Sudor frío, tensión desbocada, paciente cercano al desmayo. Venga, Pedro, que ya casi está…

¡Blop!: Acoplamiento finalizado. Ale, jefe, misión cumplida.

Pedro Martínez, sin embargo, durante las siguientes horas no percibió demasiados cambios energéticos. De hecho, de los cuatro días, uno se levantó a tope, otro desganado, y los otros dos ni pa ti ni pa mí. El porcentaje energético medio de cualquier mileurista.

Salió a correr, eso sí (ya puestos), todas las mañanas. Seis, dos, cinco y ocho minutos respectivamente. Cocinó todos los días, tratando de seguir con cautela, precisión, mimo y astucia cada una de las instrucciones que le daba su mujer. También retomaron aquello del sexo. Es verdad que, como ella decía, lo tenían olvidado. Las últimas veces él había hecho lo que había podido, disfrutando y todo eso, y ella había intentado sin demasiado éxito fingir un orgasmo. Pero en estas mini vacaciones todo dio un tremendo vuelco: él hizo lo que pudo, e incluso más, disfrutando y eso. Y ella consiguió, esta vez sí, fingir con total credibilidad. Que otra cosa no, pero Purificación de jovencita estudió Dramatización durante dos meses casi enteros.

También fueron a Port Aventura y se montaron los tres en el Dragón Khan. Ahí la pila casi se le sale del brazo. Y Pedro fue dos veces a comprar con Susanita, y charlaron bastante. Del cole, de la oficina, de la tonta de Marta, papá, que es que es tonta. 

Y el último día también se fueron juntos, padre e hija, a la playa, a pasear:

     Estaba nublado, mamá había dicho de salir pronto de vuelta a casa, y hoy no ir a tomar el sol. Por lo que sea. Pero a ellos dos les apetecía ir, hombre ya. Y se pasaron dos horas tirando piedras al mar. Busca de esas aplastaditas, hija, y te enseño a hacer pez-rana. Mira, papi, ha dado tres saltos la mía. Muy bien, hija, pero inclina más el brazo, y ten cuidado no des a esa señora. Buscaron cangrejos, pero la marea estaba subiendo y no vieron ninguno. Susana cogió tres conchas rotas y una caracola con bicho (que padre sabía que luego se iba a pudrir, y que eso huele a cuerno quemao, pero no dijo nada, para no estropear la magia)...

También vieron una medusa muerta en la orilla. Fíjate, hija, parece gelatina. Pobrecilla, papá. No te preocupes, cariño, ahora viene una ola y volverá a nadar, que a estos bichos no los mata nada. Luego se dieron la vuelta y se volvieron al piso del primo, mientras que una gaviota con un ojo bizco descuartizaba a la pobre medusa así, nada más que por el placer de hacer el mal. Y al fin, ya en el ascensor, Susana dio un abrazo a su padre, de esos que solo dan los hijos. Ahí fue cuando Pedro miró al espejo y lo vio: la pila emitió un brillo, como en las películas de ciencia ficción, después parpadeó un poco y finalmente, de forma natural, se le salió de dentro del brazo.

La niña, al escuchar el ruido dijo:

-          Mira, papá, una pila.

-          Estará gastada, hija, ahora la echamos a reciclar.

Bronca de Puri por llegar tarde y vuelta a casa en el Seat Córdoba: Setecientos kilómetros. Con peajes. Pero ya Pedro sabía lo que tenía que hacer. La vida es así, está montada así. Hay que ser productivos, y si el jefe te dice que tienes que ponerte las pilas, pues será porque la empresa lo necesita, o por el euríbor o por alguna movida. Y es lo que hay. Y total, el cúter ya no guardaba misterios para él y la cruz ya había casi cicatrizado. Mañana se haría otra, en el otro brazo, justo antes de entrar en la oficina, y se metería otra pila AAA CEGASA nueva, o incluso una de esas alcalinas, que duran más. Y apañao.

O… bueno… quizás era mejor esperar un poco. Sí, lo mismo el primer día es mejor esperar, Pedro, para que el cuerpo asiente los cambios.

Y el primer día de vuelta al curro le parece un día normal, sin más. Su compañero (ese que dice las cosas por su bien, sin ánimo de lucro), le ha recibido con una sonrisa, le ha preguntado que qué tal, y le ha dicho que pase del jefe, que ya estos días de atrás se le ha visto más tranquilo. Que palante y chimpón. Y Pedro, quizá por hacerle caso, quizá por miedo a pasar otra vez por el estrés que conlleva incrustarse un objeto extraño vía subcutánea, ha decidido olvidarlo, concentrarse en el teclado, y dejarse mecer por las suaves olas de la rutina. Recordando, quizá sin ser demasiado consciente, fugaces escenas: ahora una medusa, ahora una concha, ahora las palabras de Susana en sus paseos, ahora el abrazo… Sí, eso, sobre todo el abrazo.

En fin, es otro día normal en la empresa  El león lleva energía de serie, sí, pero hoy no hace falta hacer alardes. Pasea por el interior de su despacho, móvil en mano. Los beneficios no son perfectos pero estamos en nuestra línea. Don J.M. Martorell Sainz-de las Heras es un hombre competitivo, amante de los documentales de naturaleza, pero tiene hoy un mediocre 68% de energía debido a un pequeño inconveniente hemorroidal, y a que la máquina de café está averiada. Con lo cual el león ni rugirá ni saldrá de la guarida.

Solo se sentará en su silla de cuero, pondrá el aire a tope. Y buscará un documental de animales en YouTube.

       

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