Arena en las botas



-              - Tengo arena –susurra-, papá, tengo arena –insiste- ¡PAPÁ!, ¡ARENA! –, grita la niña       insolente.

Resignado, el hombre abandona el portátil, guarda el móvil, tira con desgana de una de las botas y ante sus ojos comienza a precipitarse un alud de arena, piedrecitas y otros objetos. No entiende cómo aquel ínfimo espacio puede albergar tanta tierra, ni tampoco por qué caen también juguetes, arbustos, y perturbadoras manadas de roedores. Pero, sólo por curiosidad, seguirá sacudiendo, y entonces manarán balones sin usar, cuentos, cosquillas, toboganes, aventuras, abrazos y, al final del todo, esa nota escrita con cera rosa que tomará entre sus manos, aturdido. Y que leerá, entre huecos gritos de auxilio, antes de escarbar inútilmente entre los escombros.


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