Corrientes de opinión
Nunca fuimos gente decidida,
pero aquel día de agosto la duda nos aplastaba con más virulencia que nunca. ¿Cómo
recibir a Julián? ¿Con aplausos,con abucheos, con un inquietante murmullo?, ¿…?
La cosa es que el soldado regresaba al pueblo con una medalla al valor, pero
algunos decían que era un simple fraude. Y no teníamos nada seguro sobre las
razones que lo traían de vuelta, ni tampoco sobre las miles de conjeturas que
se vertían sobre su familia, su orientación sexual, o sus vicios, si es que los
tenía. Así es que entonces… ¿¡qué!?¿cómo actuar en un caso así?
Por tanto allí permanecimos
durante horas, cual estatuas bajo el sol, consumiéndonos en nuestra propia
ansiedad, anhelando una opinión, un grito a seguir, o un
simple gesto que imitar. ALGO que aplacara aquella incertidumbreque devoraba nuestras
entrañas. Pero nada. El coche de Julián ya se aproximaba al desvío y allí nadie
tomaba la iniciativa.
Hasta que al fin, Fulgencio,
abatido, se acercó al granero a por una soga. Y, por supuesto, nosotros no tuvimos
por más que seguirlo.
Minutos después,mirando
hacia las ramas de los árboles, el soldado Julián trataba de descifrar aquel extraño
recibimiento y cómo, entre gemidos, pataleos y braceos, aún procurábamos
adoptar una postura común.
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