COTIDIANA BELLEZA
Resuena el felíz griterío. Coloca entonces la barra sobre la
tabla y, con pasión milimétrica, la corta en dos mitades exáctamente iguales. Divide
luego cada mitad en dos partes exactas, y repite de nuevo la operación hasta
dejar sobre la mesa ocho rebanadas del mismo tamaño, para que ninguno se
enfade. Al terminar recoge con la mano las migas del hule y las echa fuera, que
las gallinas también tienen derecho. Escucha otro murmullo (ahora son sus
tripas), pero ella esperará, con el corazón henchido de orgullo, a que termine
Carlos, que casi siempre se deja la corteza.
La vecina la observa con un nudo en
el estómago. Sabe que no hay corteza, ni barra de pan, ni gallinas. Ni niños.
Pero ella no es quién para estropear ese mágico momento.
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