Delante de nuestras narices


La perspectiva, los ángulos de visión, los puntos ciegos. El cadáver de Manuel Pérez, un hombre endeudado, tímido, soltero, de casi sesenta años, con coleta, se descompone día tras día entre las vallas de la nueva obra de aparcamientos, lo que hace imposible que nadie pueda divisarlo desde ningún punto. Tan sólo las moscas, siempre tan curiosas y afanosas en su tarea, poco a poco, van dando buena cuenta de él. Para más inri, los agudos efluvios de los contenedores, esos mismos que últimamente lo mantenían con vida, forman ahora la cruel máscara que evita que alguien se percate de la situación.

Las nueve y media: hora de cierre. Antes de poder irse a casa, algunos trabajadores del gigantesco centro comercial tienen que bajar los productos caducados a la basura. Los carros bajan tan repletos que las moscas han abandonado su otra labor para meterse de bruces en los nuevos manjares: fruta, carne, pescado, pasteles... Hay nervios, las ventas están bajando sensiblemente y se rumorea que pronto volverán a poner a alguien de patitas en la calle, como le pasó a aquel señor mayor, callado, con coleta... ¿Cómo se llamaba?

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