“Calentamiento global”
Con
el dichoso cambio climático, esto de los huracanes y los ciclones es un no
parar. Habiéndose gastado ya todos los nombres propios (tanto femeninos como
masculinos), tuvimos que empezar a usar también apellidos. Por ejemplo, este último,
que lleva meses afectando al planeta entero, se llama Asunción Gutiérrez
Arteaga.
El
huracán Asunción tiene, sin embargo, una característica muy especial. Se podría
decir que su furia, su energía, su… pasión desenfrenada… provoca efectos diferentes.
Un tipo de efectos que nadie hubiera imaginado. Un ejemplo claro, para que lo
entendáis: mi perro y mi gata, otrora enemigos, ahora no paran de hacerse
arrumacos.
Y
con los humanos dichos efectos se agudizan. Por ejemplo, las broncas de mi
comunidad han pasado a la historia. Ahora hay reunión de vecinos a diario, a
todas horas, y tienen… cómo decirlo, otra dinámica. Solo os diré que para
entrar en mi portal tengo que andar esquivando puzles de extremidades sudorosas
y espaldas bamboleantes, mientras le tapo los ojos a mi hijo.
Yo,
como apenas salgo, pensé que Asunción no me afectaría, pero… de repente el
imbécil de mi cuñado ya no me parecía tan imbécil, luego (y esto que no salga
de aquí, por Dios) empecé a verle cierto atractivo, y luego… bueno, prefiero no
hablaros de mí.
El
caso es que Asunción ha sumido al mundo en una febril vorágine. Los atascos son
interminables y, a cambio de insultos, sonido de cláxones y humo de gasoil, ahora
permanecen envueltos por otro tipo de efluvios. Los aviones han perdido el
interés por tomar tierra, ya que el pasaje al completo (azafatas, piloto y
copiloto incluidos) están entretenidos en otros menesteres. Los comercios tienen
sus puertas cerradas y los escaparates empañados por un vaho denso y delatador.
Pero da igual, ya que, con tanto desenfreno, la gente se ha olvidado de comprar
ropa y comida. De hecho, la inanición ya ha empezado a poblar las calles de
víctimas desnudas, alegres, sonrojadas, invadidas por un sonriente rigor mortis.
Las
noticias solo hablan de los poderosos efectos de Asunción, y todas las
televisiones del mundo aguardan en rueda de prensa a que los grandes líderes
anuncien, al fin, una solución al desastre. El problema es que Trump, Putin, y
los demás, llevan ya muchos (demasiados) días reunidos. Encerrados.
Y
ninguno parece tener prisa en salir a contar lo que se cuece allí dentro.
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