Castigadas



Emiliana y Leonora no se pueden ni ver. Cada vez que sus sillas de ruedas se cruzan en el jardín, o en el comedor, o bien se lanzan una grotesca patada sin fuerza, o bien se arañan con unos dedos sin uñas, despellejados y arrugados. Las pobres son inofensivas, y en el fondo son buenas, pero lo que peor le sienta a Sor Belén, la encargada de la residencia, es que interrumpan la misa insultándose a voz en grito.

Desde hace unos años Sor Belén tiene marcado que, ante conflictos así, el castigo es que las implicadas pasen un día entero atadas, muñeca con muñeca. “¿No os aguantáis? Pues ale, veinticuatro horas juntas”, “Hasta que no seáis amigas, esto va a ser así”, les advierten con cariño las monjas mientras las llevan, como siamesas, a cenar, y más tarde a la habitación. Emiliana y Leonora ponen cara de arrepentidas, como niñas pequeñas. Saben que tendrán que dormir en camas pegadas, como adolescentes, para que sus manos sigan juntas. Saben que estarán obligadas a mirarse a los ojos toda la noche, acompasando respiraciones y latidos. Saben que tendrán que aguardar, impacientes, a que todos duerman. Y que solo entonces sus dedos sin uñas, despellejados y arrugados, podrán volar de nuevo, ardorosos y furtivos, bajo las sábanas.

https://www.youtube.com/watch?v=wVSA2CEIQ7U

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