La bombilla, la ventana, y otra vez la bombilla




Hoy me he enamorado a las once menos cuarto.
Susi, que antes era solo mi compañera pero ahora es mi mejor amiga, dice que todos los hombres son iguales. Pero él no. Lo he sabido hace un rato, al sentir su abrazo profundo. Con otros hombres me sucede que me quedo fría, tumbada en la cama, mirando al techo. Y me entretengo viendo a esa polilla tonta que se choca contra la bombilla, busca la ventana, vuelve otra vez a la bombilla… y así eternamente. ¿Es que no se da cuenta?
Sin embargo con él no me he quedado fría. Ha sido su abrazo, estoy segura. Susi dice que el amor no existe, pero antes la polilla se me ha metido en el estómago, y ha empezado a preguntarme por qué no me levantaba y corría tras él. Porque no puedo, he contestado yo. Luego ella ha aleteado tres veces, ha vuelto a salir, y ha regresado a su tozuda tarea de chocarse contra la bombilla, la ventana, y otra vez contra la bombilla. Pobre, debería reflexionar un poco. Y yo debería levantarme, vestirme, y salir de la habitación, porque ya casi son las once. Pero aún no me apetece, prefiero saborear otro segundo la huella de sus brazos, rodeándome así, con esa ternura. Susi dice que solo existe el sexo y el dinero, pero yo sé que él es diferente. Ojalá vuelva pronto. Entonces yo me acercaré a la barra, y le susurraré que subamos otra vez aquí, que le haré lo que quiera. Y gratis.
Pero que me abrace, por favor.

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