A pesar de todo
Tras toparnos
con esa foto que tengo con mi primer cuento, Sara me ha soltado la típica broma
esa suya de que me colgaban las piernas igual que ahora. Y claro, yo he
contraatacado metiéndome con las canas de su novio y hemos acabado aquí, como dos
crías, partiéndonos de risa sobre tu cama. Luego, cuando has entrado, a pesar
de que hemos fingido seriedad, tú nos has leído la mente y has usado tus dos
manos para revolvernos el pelo, como entonces, como cuando éramos niñas y
decías que para eso Dios te había dado dos manos, dos ojos, dos oídos…
-
Mamá, ahora tendremos que volvernos a peinar
– ha murmurado Sara, y sin querer le ha salido ese quejido infantil, a pesar de
tener casi cuarenta.
-
Cállate y vamos a ponernos guapas para la
cena – has replicado tú, empezando a desnudarte.
Y ahí nos tenías
a las tres, medio en cueros, deambulando por la habitación, como si no hubiera
pasado el tiempo. Entonces he vuelto a mirar la foto y me ha dado por imaginar
que todo volvía a empezar. Que se repetía, capítulo a capítulo, este cuento que
tan feliz nos ha hecho a las tres, a pesar de todo. Que volvías a hacernos
girar como un molinillo, o que nos empujabas sobre la cama y empezabas a
hacernos cosquillas hasta que a Sara le entraba hipo o a mí se me escapaba el
pis, como siempre. Que te ponías a pintar bigotes y narices de payaso a los
señores serios del periódico, o te lanzabas a presentar con un micrófono
inventado cada una de las mil virtudes que siempre ves en nosotras. Que nos
colocabas un enorme lazo en el pelo. Que conseguías de nuevo meter a Dios y al
diablo en una gigantesca pompa de jabón, y luego llenabas las paredes de mariposas.
Que mojabas mis lágrimas de adolescente con tu lengua diciendo que saben a
chocolate, y acunabas nuestros miedos lanzándonos en un cohete hacia nuestras
metas. Que nos cantabas con la voz de Monserrat Caballé la canción de la
Gallina Turuleca, o nos leías la cartilla del banco en versos endecasílabos.
Que te frotabas el dolor y la rabia con jabón Lagarto, y luego te sentabas a
unir con pegamento los días torcidos. Para revolver el mundo y hacernos reír.
Para volcarte en nosotras. Solo en nosotras. Como siempre. A pesar de todo. A
pesar de ti.
Y entonces, a
mitad de historia, me he quedado embobada. Y seria. Porque he pensado que
quizás pronto eso solo sean recuerdos. Que quizás pronto tus bromas solo formen
parte de un cuento lejano, como ese que leí con mis piernecitas colgando. Joder.
Pero entonces tú
te has levantado y me has mirado desafiante. Luego has ido a la cocina y has
regresado con un bol lleno de espagueti. Has cogido un puñado gigante con ambas
manos, te los has colocado sobre tu cabellera desnuda, y te has puesto a
peinártelos, diciéndonos con una mueca tronchante que eras Lady Gaga, pero que,
sintiéndolo mucho, no firmabas autógrafos. Acto seguido, te has abierto el
sujetador y te has puesto el bol en el hueco que te falta, y has comenzado a
desfilar por una pasarela imaginaria, contoneándote, y sólo has parado cuando
has visto que las dos ya estábamos entregadas a ti, desternilladas de risa.
Como dos niñas pequeñas.
Y de repente, cuando
Sara y yo hemos agachado la cabeza un instante, solo un instante, tú nos la has
levantado, una con cada mano (que para eso Dios te ha dado dos ojos, dos oídos,
dos…). Y nos has mirado profundamente a los ojos, aclarándonos que siempre siempre
sabrás leer lo que hay detrás de ellos.
-
Eso no va a pasar –has susurrado, con ese escalofriante
tono de bruja que tanto te gustaba poner.
Ahora nos
vestiremos. Hablaremos de nuestros maridos, de los niños, del trabajo. Y
tendremos que sujetarnos esas tremendas ganas de consumirnos en un mar de
abrazos, de lágrimas, de comerte a besos.
Pero antes Sara
y yo te miraremos, presas del momento, y las dos hermanas, como crías, como un
solo alma, trataremos de encerrar todas las palabras del mundo en una sola
mirada. Para regalártelas. Solo a ti. Mamá.
Comentarios
Publicar un comentario