Una nueva especie: el árbol-dragón
Os juro que la primera vez que vi
uno no era capaz de creérmelo. Como buen botánico, he leído mucho sobre los
ancestrales mecanismos de adaptación de las plantas (de hecho, seguro que los
primeros científicos también se asombraron al descubrir la capacidad de
albergar agua de los cactus, o la fiereza de las plantas carnívoras), pero esta
especie es, sin duda, la más especial.
Era una tarde calurosa, allá por
el 2028. Una parte del mundo aún no quería entender lo que ocurría con el
clima, y aún no se habían endurecido las penas contra los incendios provocados.
Algunos de mis vecinos, como siempre a voz en grito, debatían si había que avisar
ya a los bomberos, o si esperábamos más para que el fuego terminase de “limpiar
la maleza-curiosa palabra-”. Otros
cuantos y yo, nos echábamos las manos a la cabeza: el monte estaba arrasado.
Después, todo sucedió en un
suspiro. Recuerdo que solo eran tres (un chopo, un olmo y una vieja encina, que
siempre habían estado allí), pero solucionaron el problema en cuestión de minutos.
Por si no lo sabéis, en extinción de incendios hay una máxima que dice que el
fuego puede acabar con el fuego. Y así lo hicieron los tres dragones. Primero
construyeron un cortafuego con sus llamaradas precisas, luego esperaron a que
todo se calmase, y por último se acercaron a nosotros y… “culminaron” su labor.
Los gritos inundaron el monte, las ambulancias no pudieron hacer nada, y la policía
cerró el caso sin saber si aquello había sido un simple accidente, o un suicidio
por demencia colectiva. Es normal porque, por aquel entonces, aún no se conocía
nada sobre esta nueva especie que tanto bien ha hecho al planeta.
Por mi parte he de reconocer que,
a pesar de aquel trauma inicial, ahora voy entendiendo por qué el árbol-dragón
selecciona tan cuidadosamente a sus víctimas. Y es que, al fin y al cabo, la
naturaleza es sabia.
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