Lluvia de confeti


La música amplifica la tensión. Silencioso, el público se encoge en sus butacas. Las llamas ya han comenzado a besar peligrosamente la caja de madera. Entre el humo puedo ver tus pies, aún estáticos, esperando el momento idóneo para escapar.

Andábamos de médicos esta mañana, a recoger unos resultados, cuando has sacado de pronto un tema absurdo y, en dos minutos, sin saber cómo, hemos empezado a discutir. No había motivos, pero últimamente estás demasiado borde, y esta mañana he terminado dando media vuelta y marchándome a mi casa.

La gente suspira aliviada, tu mano, esa mano mágica que tanto me gusta acariciar, acaba de salir por encima de la caja y señala ya al techo. Es el momento, comienza el verdadero truco. La atención ahora se focalizará en la inesperada lluvia. Miles de globos y toneladas de confeti lo inundarán todo durante diez segundos. Solo diez. El tiempo justo para que te desates la otra mano, gires los espejos, salgas por la trampilla y aparezcas triunfal por la puerta de atrás. Entero, intacto. Imponente.

La conversación era estúpida, pero has conseguido sacarme de mis casillas, y después no hemos cruzado ni una sola palabra en todo el día. Ni un mísero mensaje. Es la primera vez, el primer día vacío. Y he sentido miedo. Y angustia. Como ahora.

La expectación aumenta. El humo devora ya la caja y comienzan los murmullos. Como me suele pasar, y a pesar de conocerme bien el número, me he quedado embobada, como una cría, viendo amontonarse los globos sobre el escenario. He caído en tu trampa, ahora lo sé, joder… ni siquiera me he fijado si has sacado la otra mano.

Y ni siquiera te he preguntado por los resultados de tus análisis.

Tus pies siguen ahí.

La gente grita.

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