Barco a Venus



Hoy me he despertado con una única idea en la cabeza: irme contigo de aquí. Ya.
Me he levantado temprano; me he vestido sin hacer ruido, aunque luego he caído en que mi compañero hace días que no está; he agarrado mi bolsita de herramientas y este estúpido bastón que aparece cada mañana junto a mi cama, y he salido renqueando de la habitación.
Ahora ya estoy aquí, en nuestro rincón secreto del hall, donde tú y yo siempre nos reunimos porque hay un tocadiscos antiguo, supuestamente inservible, y porque a través del ventanal roto podemos imaginarnos cada día un nuevo paisaje. Diferente. Aunque estas últimas semanas, la verdad, todo parece desmenuzarse en minúsculas esquirlas, da igual como lo mires. Y lo único que viene a la cabeza es eso tan triste que cantaba Sabina de “¿Quién me ha robado el mes de abril?”...
     
                   Fuera, el gigantesco cartel de la entrada comienza a verse acribillado por una lluvia que se obstina en derribar la R de la palabra AMANECER (que también tiene guasa, llamar así a un lugar como éste). Después los goterones resbalan, se reúnen, caen, agujerean el barro cual casquillos de bala de una peli de Tarantino, dibujan una suerte de sucios riachuelos entre las lomas del jardín, y al fin enfilan, amenazantes, hacia nosotros. Como si también ellos quisieran acorralarnos.

                                       … Pues eso: que nos lo están robado a todos, Joaquín. A todos.

En realidad, de este desolador sitio donde vivo solo recuerdo con nitidez dos cosas: el tocadiscos que estoy a punto de terminar de arreglar, y que hay una chica maravillosa que está enamorada de mí: tú. Lo demás me da un poco igual, la verdad. El médico (que, por cierto, desde la estampida generalizada lleva varios días sin pasarse a vernos) dice que tengo Alz… no sé qué, pero que es selectivo. Vamos, que recuerdo lo que me da la gana, como por ejemplo mis conocimientos sobre electrónica, que afortunadamente siguen intactos. Pero creo que el diagnóstico del doctor no es del todo exacto, porque nada me haría más feliz que acordarme de tu nombre y… cada mañana se me olvida.
-          ¿Qué tal va esa avería?, ¿crees que estará listo para hoy? –me sorprende de repente una voz.
Me giro, y ahí estás. ¿Se puede tener más cara de niña en un rostro tan arrugado?
Se me ocurre responderte con eso de Burning de: “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?”… Pero no hay tiempo que perder. Hay que seguir con nuestro plan.
-          Sí, ya casi está. ¿Te han seguido? –te pregunto, apretando una de las últimas piezas del tocadiscos.
-          ¿Seguirme? No, no hay casi nadie por los pasillos.
Entonces sucede. Es de esas cosas que, el que no ha estado jamás enamorado, cree que no son ciertas. La música. La música aparece, y empieza a inundar todo el salón. Así, sin que yo haya terminado de montarlo todo, sin que haya bajado la aguja. Ahí la tienes: Nino Bravo y un imponente “como el sol cuando amanece…” llenando cada rincón, haciéndonos volar como niños pequeños. Funciona. Mágicamente, funciona.
-          ¡Bien, ya está!, solo falta una cosa, ¿lo has traído? –te pregunto, apresurado.
-          Sí, claro que sí, pero… ¿tú crees que cabremos los dos? –me respondes, y sacas de tu bolso la pieza clave que nos falta. Nuestro medio de transporte.
En esas temblorosas manos que tanto me gusta acariciar está el objeto en cuestión: un barco de papel, fabricado con una hoja de revista arrugada. Así y todo, nos servirá. Rápido. Lo primero es cambiar el disco. Nino, lo siento, tu Libre como el mar nos podría valer, pero necesitamos algo más concreto. Algo más… potente. Rebusco entre los viejos álbumes y saco uno de los primeros de Mecano, lo coloco con suavidad y, justo nada más empezar a girar, soltamos el barco encima del vinilo. Con delicadeza. Ya está, todo listo para zarpar.
-          ¿Preparada? –te pregunto, mientras te ayudo a levantarte de tu silla de ruedas.
-          Claro. Nunca he estado más preparada –me respondes, sonriendo ampliamente, con ese gesto infantil que tanto me enamora.
Un buen cardiólogo nos reñiría, y con razón, pero es difícil que dos corazones tan ancianos puedan sentirse más vivos que ahora mismo. Mientras rompemos las barreras de la física y embarcamos, los agudos de Ana van encargándose lentamente de terminar de despedazar el ventanal, para así permitir que la lluvia entre a inundarlo todo. El plan sigue su curso. El nivel del agua va subiendo y, acomodados en la frágil cubierta, tú y yo nos miramos embelesados. Como dos recién casados.
-          ¿Has ido alguna vez a Venus en un barco? –te pregunto, mientras la Torroja lo niega insistentemente.
-          Nunca –respondes, agarrándote a la barandilla de papel para no desequilibrarte por el vaivén de las olas-, espero que huela mejor que Venecia, te recuerdo que no llevamos mascarillas.
Yo te miro extrañado (masca… ¿qué?), no sé de qué demonios hablas. Lo que sí sé es que, al fin, estamos a escasos instantes de conseguirlo; que la música y el oleaje se hacen de cada vez más potentes; y que nuestro barco está a punto de elevarse, rumbo al espacio exterior.
-          No sé lo que es una mascarilla, mi vida –te digo-, pero seguro que allí no nos harán falta. Venga, agárrate fuerte a mí... –y entonces me acuerdo de golpe de tu nombre-… María.                                                                                              
                                                 https://www.youtube.com/watch?v=pGW8YBhMwBo

Comentarios

  1. Qué ternura provoca este relato. Es de una sutileza que desarma. Y luego está la música, la música que lo envuelve de principio a fin y que hace que no se nos ocurra poner en duda la magia de la situación. Cualquier cosa puede pasar girando sobre un vinilo, cómo no.
    Enhorabuena. No hace falta tratar "el tema" con pelos y señales. El tema está ahí flotando. La realidad está ahí flotando, pero lo importante no es eso. Lo importante es ese mundo de dos que recreas para nosotros.
    Un relato de esos que se te anclan en el alma con la delicadeza de un barquito de papel.
    ¡Gracias!

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