Ciencia y honor
“Tendremos que esperar a que uno de nosotros
muera, es el único modo de volvernos a juntar”
Esa demoledora frase la soltó nuestro querido amigo, el doctor Duany, en
la última reunión que tuvimos, allá por el 2030. En aquel instante nos quedamos
boquiabiertos (todos pensamos que exageraba) pero, como siempre, no le faltaba
razón: era el único modo. Lo sé porque hoy, también como siempre, ha sido él el
que ha vuelto a llevar la iniciativa para que volvamos a reunirnos, a sentirnos
un equipo, a creernos importantes y… pues eso, que se ha muerto.
Al fin, tras
enlazar tres vuelos turísticos y tomar un último tren interprovincial (todo con
tal de despistar al enemigo), logro traspasar la ansiada puerta del tanatorio
de Sedgefield (Sudáfrica), con la esperanza de reencontrarme con ellos. Por
fortuna ahí están todos, los cinco, sentados en un rincón del amplio hall, rodeados
de papeles y, tal y como acordamos hace tres años: “vestidos con indumentaria
que nos confunda con abogados, peritos, o trabajadores de alguna aseguradora”.
-
Doctor
Martínez, espero que venga sin móvil, portátil, ni ningún dispositivo que les
permita localizarnos.
-
Buenos
días, doctor Chang, yo también me alegro de verte –le respondo, y acto seguido
todos sofocamos una carcajada bajo nuestras mascarillas.
Chang, además de ser el mejor epidemiólogo, también es el ser más
estricto sobre la faz de la Tierra. Pero lleva razón. Si emitiéramos alguna
señal que indicara que estamos juntos de nuevo, nuestro objetivo se iría al
garete. Todo debe ser rudimentario: lápiz, goma y papel. Es curioso pero, hoy
en día, esos tres objetos albergan más confidencialidad que una señal invisible
rebotada a un satélite que flota a miles de kilómetros.
Y así, sin preámbulos, sin nada más que añadir, centramos la atención
en poner en común todos nuestros avances y, como uno solo, seis poderosos
cerebros se ponen a trabajar.
Es pleno verano en Sudáfrica. La gente pasea por las calles de
Nelspruit de forma relajada, con la obligada mascarilla pero sin mantener
ninguna distancia de seguridad. Durante estos tres meses los parques estarán
repletos de niños, y las piscinas y las playas a rebosar de turistas. Al igual
que en el resto del mundo, todos en el corto verano harán acopio de vida social
y de la escasa libertad permitida, para poder soportar la tristeza y la
incertidumbre que deparará el siguiente año de confinamiento. Como las
hormigas, solo que, en vez de comida, ahora los humanos recopilamos abrazos.
Sabemos que lo que vamos a hacer hoy probablemente no servirá más que
para sentirnos científicos otra vez. El egoísmo y la competitividad, factores
que creíamos que nunca podrían ir a peor, se han acentuado aún más en los
últimos años. Eso conlleva a que ningún gobierno, farmacéutica ni organización
permitirá (cuando se enteren, que se enterarán) que compartamos estos
conocimientos que entre los seis compartiremos hoy. Unos conocimientos que,
ojalá, supondrán el nacimiento de una nueva vacuna. Unos conocimientos que
uniremos, aunque solo sea en honor a Fleming, o al difunto doctor Duany. O a
tantos otros. O, simplemente, para demostrar que la verdadera democracia está
en la ciencia (1). Solo por
eso.
Porque lo que pase después, por desgracia, se escapará de nuestras
manos.
Que gran verdad!! Lo que pase después depende mucho de cada uno de los que estamos ahora haciendolo de la mejor manera posible. Ahí está la incógnita, después de que todo esto pase todos y cada uno lo seguirá haciendo de la mejor manera posible?
ResponderEliminarUn beso enorme y un abrazo fuerte.
Mucho ánimo para todos!!!