EL GRAN APAGÓN
EL GRAN APAGÓN
Ocurrió justo después de lo del
COVID. De hecho, el epidemiólogo jefe de la OMS acababa de decir que el dichoso
virus se había marchado para siempre, así, sin dejar ni una nota ni nada, fús,
desaparecido, ahí os quedáis pringaos, y… seguidamente, sin darnos tiempo
para asimilarlo, salió el astrónomo jefe de la NASA, a contarnos la otra movida.
Pero vamos, que no le vimos la cara, porque ya todo estaba a oscuras. Fíjate
que yo creía que era mi Alejandrito Sanz, porque dijo:
-
Se nos apagó la luz, temblad.
Eso anunció el payo, solo que en
inglés. Y se quedó tan pancho.
Esa noticia, la del apagón
mundial, nos pilló tan fatigados que no hubo ni histeria colectiva ni
salvajismo en las calles ni robos en las tiendas de televisores… Nada. La
reacción social fue de lo más sosa. Yo creo que dijimos: bueno, ¿toca ahora
esto?, pues venga, a apechugar. El gafapastas de la NASA (que lo de las gafas
me lo he inventado yo, eh, que igual era más guapo que Brad Pitt) informó que
no esperásemos ni luz del sol ni luz artificial… Ni la más mísera luciérnaga.
Pero que estuviésemos tranquilos, porque nadie moriría congelado ni tampoco nos
quedaríamos sin wifi (al decir lo segundo la gente suspiró aliviada). Y también
explicó que, en realidad, se trataba de un efecto ilusorio que nos impediría
ver durante un tiempo indefinido. Un “complot sensorial contra la vista”. Algo
así como una venganza del resto de los sentidos contra el órgano de la visión.
Vamos, que los trillizos Olfato, Gusto y Tacto estaban hasta los huevos del
malcriado y sabelotodo de su hermano mayor, y habían confabulado para acaparar
toda nuestra atención, privándonos de ver ni un mísero pimiento de piquillo.
Y es que, si lo piensas, razones
no les faltaban a los pobres. Durante la pandemia los teníamos abandonaditos.
El tacto, con el confinamiento,
lo habíamos limitado al deslizamiento de dedo sobre pantalla o sobre mando a
distancia. Y poco más, porque otro tipo de contacto… ya me dirás. Los abrazos…
ná. El sexo… ufff, qué pereza. He de decir que yo ya lo veía venir, eehh, que mis
dedos un día hasta se me quejaron: “Chica, que antes al menos nos usabas con
cariño después de la ducha, pero ahora con el Satisfier… ¡ni eso!,
¡desagradecida!, con los buenos ratos que te hemos dado”.
Y el gusto y el olfato… Ya no es solo
que el bicho te solía dejar sin ellos, es que encima, con taaantas horas tooodos
metidos en casa, ahí, hediendo, pues… pufffff, era casi mejor ni intentar oler.
Que mis hijos decían: ¡Mamá, cierra la ventana que nos pasmamos! Y yo: “Es por
ventilar, por el COVID”. Y Sarita me miraba sonriente: “Sí mamá, ahora el
sobaco de papá y los pies de Rafa se llaman COVID”.
Y es que ni siquiera las grandes
empresas hicieron nada por evitar el enfado de los sentidos pobres. Ya desde antes
todo iba enfocado a la vista, pero con la pandemia aún más. Los señores
Movistar, Vodafone y todos estos, aprovecharon y se hicieron de oro con
nuestras videollamadas. Videollamadas de grupo, por Zoom, por Whatssapp… sí, mu
bien las videollamadas pero… ¿Y tactollamadas? ¿y olfatollamadas?, ¿qué pasa,
eh? No hay derecho, hombre ya.
Y ahora estaréis pensando… ¿y el
oído?, ¡ah, leche, el OÍDO! ¡já! ¡tururú! Ese sentido ni siquiera os lo cuento porque hace tiempo que dejamos de escuchar. Ni antes ni durante ni después de
la pandemia. Que incluso la ciudad se había llenado de gorriones, mirlos y
palomas, y ni aun así escuchábamos lo que intentaban decirnos. Jamás hemos
entendido el lenguaje de las ballenas ni el rugido del tigre. Ni tampoco hemos
escuchado a la Tierra, que lleva siglos quejándose amargamente, la pobre. Reconozcámoslo…
¡si ni siquiera nos escuchábamos a nosotros mismos!
Y es que, pensándolo bien, cuando
teníamos el sentido de la vista todo era un sinsentido.
Por eso ahora, con el gran apagón
(o el gran efecto no-óptico), las
personitas nos hallamos en un impass,
en un paréntesis, tratando de recuperar al
desatendido oído, a nuestro antiguo tacto, al maravilloso olfato... Y aquí
andamos, tan a gusto, investigando nuestro nuevo universo de percepciones. Sintiendo.
Yo, personalmente, reconozco que
desde que aquel tipo de la NASA dio la noticia (hace ya casi un mes) no he
parado de SENTIR ni un momento. Cada mañana me levanto, ilusionada, y me
deslizo por la casa cual lagartija, tratando de oler, palpar y oírlo todo. El
olor de las pelusas de debajo de la cama, el tacto frío de los baldosines del
baño, el sonido de la brisa entrando por las rendijas… Y luego, cuando me
encuentro con alguno de mis hijos, con mi suegra, mi marido, o algún vecino... pufffff,
nos tiramos el día entero disfrutándonos (con cada uno de una forma distinta,
claro). El caso es que ahora todo, absolutamente todo, nos parece nuevo y alucinante. Nos
hemos convertido en unos topillos, distraídos pero felices, que deambulan a
ciegas en sus agujeros.
Y también os preguntaréis: ¿Cuándo recuperaremos la vista?, ¿cuánto tiempo durará
esto?... Pues no lo sé, espero que mucho. Así que de momento yo, por si
acaso, voy a ir echándole perfume a este relato, a transcribirlo al braille y…
si te portas bien, cuando me cruce contigo en algún rincón, te lo susurraré
bajito, al oído.
Con todo mi cariño.
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