Ciento y pico segundos, un relámpago, un árbol, un túnel y una lámpara de aceite

 

«Sin exageración alguna es un «ángel guardián» en estos hospitales, y mientras su grácil figura se desliza silenciosamente por los corredores, la cara del desdichado se suaviza con gratitud a la vista de ella. Cuando todos los oficiales médicos se han retirado ya y el silencio y la oscuridad descienden sobre tantos postrados dolientes, puede observársela sola, con una pequeña lámpara en su mano, efectuando sus solitarias rondas».

                      (8 de febrero de 1855, extracto del periódico “THE TIMES”, sobre Florence Nightingale)


¿Cómo miran los mellizos a sus compañeras y compañeros (no, no es lenguaje inclusivo, es que hay más de unas que de otros, esto es así)? Pues con admiración, por supuesto. También con respeto, con cierta prudencia a unos y con devoción a otros, a esos que se vuelcan más en ayudarles. Pura adaptación al medio, supongo. Además, se sienten ya parte del equipo, del gremio. De esa especie aplaudida ahora pero que fue denostada antes y que será denostada después.

¿Cómo miran sus compañeros de trabajo a los mellizos? Pues con una sonrisa, son dos lucecitas entre tanta oscuridad. Un cuento de hadas en medio de una novela de terror. También con ternura, paternalismo y, sobre todo, con lástima. Han llegado en el peor momento. El peor. Pobrecillos.

¿Cómo mira Sonsoles, paciente de 82 años, moribunda, a los mellizos? Pues… lo cierto es que ahora mismo Sonsoles no los mira, tiene ya los ojos cerrados y está concentrada en observar esa luz del final del túnel, tan famosa. Y, quién sabe si por casualidad, está sonriendo. ¿Por qué sonríe Sonsoles? Pues, como digo, puede que por casualidad, o por el puntillo de la morfina, o porque se haya acordado de algún chiste, o por… yo que sé, cosas del rigor mortis ese. Aunque aún no ha muerto del todo, que los sepáis.

¿Qué piensan, justo a las 04:00 de la madrugada, los compañeros de los mellizos, al verlos tan activos? Pues si fuera hace unos meses habrían pensado que Dónde narices van estos dos si la cosa está controlada y no se oyen ruidos. Pero ahora… no hay tregua. Los carritos no paran, los respiradores no paran. Las carreras, los sustos, las miradas de reprobación, de angustia, de no saber qué hacer (ni cómo), de miedo, de incertidumbre… Ni en Urgencias, ni en la UCI, ni en las plantas… nada ni nadie para ni un puñetero segundo, ni siquiera en mitad de la madrugada, joder. No hay tiempo ni para detenerse a opinar sobre los dos noveles. Ni sobre lo buenos que son, y la cara de listos que tienen, los jodíos.

¿Qué piensan a las 04:00 de la madrugada los mellizos? Pues Sandra y Rober ya han superado muchas cosas en su vida: la temprana muerte de su madre, las crisis de su padre, el hecho de ser tan parecidos en todo y verse semiobligados a competir (lo cual les llevó, fíjate qué bien, a sacar idénticas e inmejorables notas en enfermería)… Y ahora, para rematar, resulta que también han coincidido en su primer destino laboral: un hospital madrileño en pleno apogeo pandémico. Bueno, pues… ea. Palante.

Cuando apenas tenían diez añitos, su madre les contó por última vez esa historia sobre una joven llamada Florence (bautizada así por su ciudad natal, Florencia) que, en plena guerra, vigiló día y noche a cientos de soldados heridos, anotando con precisión cada cambio, cada elemento del entorno, cada influencia… Una historia contada siempre del mismo modo, al detalle (así era mamá: precisa, constante y detallista al máximo), centrándose en el rigor de esa mujer tan especial. “La Dama de la Lámpara”, la llamaron, porque Florence hacía las guardias nocturnas con una lamparita de aceite en la mano, lo que le permitió observar, anotar, evaluar… también de noche, y a la postre salvar aún más vidas. De pequeños, como es lógico, pensaban que aquella historia era solo eso: un cuento. Una mera ficción para reforzar aún más esa exhaustividad, ese ahínco que mamá siempre les quiso transmitir. (1)

Justo ahora, a las cuatro y pocos segundos de la madrugada, cuando ambos coinciden frente a la cama de Sonsoles porque han escuchado un chasquido (más bien ha sido un temblor eléctrico en la ventana, pero ellos no lo saben), Rober ha encendido la linterna del móvil para no dar ninguna otra luz y poder verlo todo bien (niveles de los goteros, color de piel, saturación, ritmos, constantes…). Han comprobado que las máquinas funcionan, que todo va normal, aunque saben que ya le queda poco, pobre. Entonces Sandrita se ha acercado más y se ha topado con la despampanante sonrisa de Sonsoles, brillando ante la tenue luz. Y entre mellizos se ha establecido una conexión neuronal que les ha llevado de golpe a ese cuento de antaño. Y susurran algo al respecto.

Y… ¿Qué ha pensado Sonsoles a las 4? Huy, resulta que Sonsoles se estaba muriendo tranquilamente cuando la ventana de su habitación se ha visto iluminada por un gigantesco relámpago, lo cual ha provocado una subida de tensión, un temblor en cadena, un brutal espasmo del músculo cardiaco y… voila: una pequeña prórroga, - venga Sonsoles, calienta, que el entrenador te deja jugar unos minutitos más, ¿estás contenta? - Bueno, pues no estoy para carreras, pero trataré de aprovecharlo, gracias, míster.

Por eso Sonsoles está ahora atenta, con el reservorio de energía cerebral que el rayo le ha regalado, a los susurros de sus dos nietos, que pululan a su lado mientras ella se echa la siesta. Y no le importa en absoluto que no la dejen dormir, ni que hayan encendido la luz de la casa del pueblo. De hecho prefiere seguir escuchando el ruido de sus carreras, sus juguetes, sus carritos y sus voces que, por cierto, cómo han cambiado. Se inventa que la abrazan todo el rato. Y que cuentan chistes. Y que sonríen con ella. Luego hay un tonto paréntesis y le vienen flechas de un virus, de tristeza, de soledad, de caos… pero enseguida su alma moribunda cambia el chip y vuelve a centrarse en la fea pero anestésica luz del final del túnel. Y esa poca energía cerebral (fíjate lo que dura, eehh) le da para bromear consigo misma: ¿quién pagará esa factura?, ¿será un túnel de varios carriles y doble sentido, como el de Guadarrama? (¿te imaginas?) Y, de repente, el hachazo espacio temporal provocado por el relámpago de hace dos minutos le hace abrir los ojos. Zas. Y es que hay que levantarse, jolines, porque ese rayo fijo que ha caído en la encina de al lado del gallinero, y verás tú. Vosotros quedaros aquí, niños, que ya va la yaya. Y por eso, porque ha oído el crujir de las ramas, por eso ha abierto los ojos Sonsoles.

(NOTA IMPORTANTE: Ese momento de apertura de ojos, unido al de la sonrisa burlona que aún mantiene, coincide con la que después quedará anotada como la hora de su muerte: las cuatro y dos. Levemente errónea, aunque… total, por un minuto más o menos tampoco vamos a discutir)

Pero sigamos con el hachazo: tardía en reflejos, Sonsoles ha abierto los ojos como reacción al rayo de hace 100 segundos y, tras recibir en las pupilas la luz del móvil de Rober… fssssssuisssss: anciana absorbida por el túnel. Es entonces cuando de golpe se le aparece una mujer con un disfraz de enfermera antiguo, portando una lamparita de aceite. Y al principio se asusta, porque además alrededor suyo hay cientos de camas con hombres jóvenes, heridos, amputados, moribundos… y huele a guerra. Mucho. Pero después observa la mirada de la joven; una mirada limpia, serena, tierna… pero a la vez intuitiva, audaz, exhaustiva, minuciosa, sagaz, precisa, brillante. La mirada de la confianza. Una luz en medio de la oscuridad. Como esa dichosa del túnel. Y eso le da paz. Pero… un momento… al lado hay otra mirada. Dos, dos miradas, como las de sus nietos. O cuatro, ¿cuatrooo? Bueno, qué más da, igual son ocho. 8, 7, 6… ¿Luces a contratiempo en medio de la oscuridad? Puede. Al final va a ser verdad lo del doble sentido del túnel, habrá que conducir con cuidado, bromea Sonsoles para sí. 5, 4, 3… Conducir, jugar con los nietos, correr hasta la encina para ver si el rayo se la ha cargado… Demasiadas tareas, dice Sonsoles, que intuye que ya llega el final de verdad… 2, 1, 0… Fin del partido. Las cuatro y tres (ésta hubiera sido la buena, la hora exacta, pero da igual, eehh).

Ahora, en este instante madrileño en que se mezclan los últimos devaneos mentales de Sonsoles, su muerte, los vertiginosos aprendizajes de los dos cerebritos mellizos, la desesperación/frustración/ganas de que les trague la tierra/ de sus compañeros… Justo en este minuto tan crítico a nivel vital, hospitalario, mundial, lo verdaderamente provechoso de la historia sería saber qué ocurrió justo dos siglos antes, a miles de kilómetros, un día como hoy a las 4 de la mañana, en el umbral de la puerta de un hospital de campaña en plena guerra, en el centro neurálgico del cerebro de Florence Nightingale, mientras la inseguridad atravesaba su alma con flechas de comentarios, miradas de reprobación, celos, recelos, frustraciones…

… Pues resulta que ese mismo día, casi dos siglos antes (para ser más precisos, en 1855), justo a las 4, también cayó un relámpago sobre un árbol cercano al cuartel de Scutari, convertido entonces temporalmente en hospital militar. Dibujemos el marco:

     El mar del Mármara rugía especialmente esa noche. La tormenta forzaba las juntas de los tablones y silbaba entre las cristaleras, y el rayo en cuestión tuvo a bien partir en dos un árbol enfermo pero precioso. Justo uno de esos árboles que Florence, en sus paseos matutinos, contemplaba analíticamente (como todo lo que hacía), y a los cuales había visto contagiarse y estropearse en cuestión de semanas. Le hubiera gustado tener más conocimientos de botánica, saber más sobre esa misteriosa enfermedad vegetal, pero al fin y al cabo eso no era lo suyo. Y el relámpago acababa de segar de cuajo ese sufrimiento. El reloj marcaba justo las cuatro y tres cuando, a la par que crujieron las ramas, un fuerte chasquido eléctrico se originó también en el cerebro de Florence. Un hachazo, pero en este caso renovador. Un electroshock de confianza. Ella aún no lo sabía, porque en medio del fogonazo que iluminó monte, ventana y cerebro, la enfermera solo vio momentáneamente un hospital. ¿Como el de Scutari? No, infinitamente mejor. Un hospital inmenso, con camas limpias, suelos limpios, material aséptico y cientos de personas con movimientos y acciones programadas, medidas… Todo calculado matemáticamente. Ah, y también… el rostro de una anciana de sonrisa burlona, que la observaba desde su cama. Y, por algún motivo cuántico, los engranajes encajaron de golpe. El camino de Florence, que ya de por sí era el correcto, apareció señalizado. Hay que seguir, se dijo. Hay que seguir analizando parámetros. Temperatura, humedad, ventilación, evoluciones, deposiciones, respiraciones… orinas, llagas, coloraciones, palideces, manchas en la piel, escaras, latidos, frecuencias… hasta cada gota de sudor… todo lo que pueda ser anotado y cotejado debe ser anotado y cotejado. Exhaustivamente, cada hora, día, semana, mes. Y hacer estadísticas precisas. Todo eso, sin avisar, se asentó en el matemático cerebro de Florence Nightingale mientras veía, por única imagen, a las 4 y 3 de la madrugada, la pintoresca sonrisa de una anciana de 82 años. De una viejecita que, como aquel árbol, tan solo se quería morir ya de una vez, que ya tocaba.

     Y… solo nos quedaría saber, para la próxima, qué pasó con el gallinero, o qué pensó la encina cuántica. O qué sintió el pobre relámpago, que al fin y al cabo es el héroe en la sombra. Porque los árboles piensan, y los relámpagos, aunque tengan una vida fugaz, también tienen sus sentimientos. Y, como todo lo importante, si os fijáis, tanto árboles como relámpagos como neuronas… trazan líneas de varias direcciones. De arriba a abajo, de abajo a arriba, para allá, para acá… Senderos extraños entre el cielo y el subsuelo. Entre consciente y subconsciente. Caminos ficticios o reales, quién sabe si cuánticos, pero de seguro multidireccionales, como los de cualquier historia que se precie. Como los de la propia historia de la humanidad.

(1) https://umhsapiens.com/florence-nightingale-la-dama-de-la-lampara-pionera-de-la-estadistica-aplicada/

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